Lo que pasa cuando te reencuentras con un viejo amigo (y lo que eso enseña sobre contar historias)
Hay encuentros que no se planean, pero que al suceder te detienen el día.
Como si todo se pusiera en pausa, como si la rutina no importara, como si de pronto volvieras a ser la persona que fuiste hace años. El tiempo desaparece. Las palabras fluyen. Y lo único que te queda es la certeza de que estás frente a alguien con quien compartiste más de lo que habías recordado.
Eso me pasó hoy.
Un amigo muy querido vino de visita.
No lo veía desde hace muchos años. Y aunque nuestros caminos se habían separado —como suele pasar cuando uno se mete de lleno en la vida adulta, el trabajo, la familia, los proyectos— al verlo de nuevo fue como si no hubiera pasado ni un solo día.
Nos dimos un abrazo, de esos que suenan con palmadas en la espalda, y en ese instante todo regresó: las fiestas, las caminatas en la madrugada, los sueños de jóvenes que querían comerse el mundo, las conversaciones sin filtro a las 3 de la mañana, el sudor de las noches de baile interminable, el hambre del día siguiente, la carcajada que brota sin pensarlo.
Hay algo mágico en reencontrarse con una versión de ti mismo a través de un amigo. Porque eso es lo que pasa: ves al otro y, sin querer, también te ves a ti.
Y mientras lo escuchaba contarme lo que ha vivido, lo que ha hecho, lo que le dolió y lo que lo hizo crecer, pensé en algo que no me esperaba:
Las historias que realmente nos marcan no siempre están bien contadas.
Están vividas.
Y por eso importan tanto.
Porque tienen verdad.
Porque no están maquilladas.
Porque son crudas, divertidas, absurdas, tristes, intensas, a veces sin moraleja, pero siempre con alma.
Ese reencuentro, que empezó con un café y terminó con una cerveza, me recordó por qué empecé a contar historias en primer lugar.
No fue para vender más (aunque después entendí que también servía para eso).
No fue para mostrarle al mundo que sabía escribir (aunque ese ego también apareció un tiempo).
Fue porque entendí que las historias tienen poder.
Y ese poder es el de reconectarnos con lo que somos.
Hoy que me dedico a enseñar a otros a vender usando historias, me doy cuenta de que la mayoría de las personas no necesita más fórmulas.
Necesita más verdad.
Más de esos momentos donde caminas varias horas de madrugada después de una fiesta, sin Uber, sin dinero, con los pies adoloridos pero con una sonrisa en la cara porque sabes que bailaste como si no hubiera mañana.
Necesita esos recuerdos que no caben en un copy de Instagram, pero que si los escribes bien, pueden mover corazones.
Porque ahí está la venta.
No en los datos. No en las características. No en el “por tiempo limitado”.
La venta verdadera ocurre cuando una historia se mete bajo la piel.
Cuando el lector dice: “Esto lo viví yo”.
O peor: “Esto lo podría vivir yo”.
Y por eso me detuve hoy.
Porque, aunque tenía otros pendientes, decidí que estar con ese amigo valía más.
Y porque sabía que justo este momento era uno de esos que después se vuelven historia.
Y después enseñanza.
Y después venta.
Pero primero vida.
Ahora bien, si tú también quieres aprender a usar tus momentos reales para conectar, emocionar, persuadir y vender… entonces necesitas algo más que inspiración.
Necesitas una guía.
Una formación.
Un sistema que te enseñe cómo convertir cualquier anécdota en una historia que venda.
Eso es lo que he preparado en mi nueva formación de storyselling.
Donde te muestro paso a paso cómo usar lo que ya has vivido —o lo que observas a diario— para crear relatos irresistibles que no solo entretienen, sino que generan ingresos.
Historias que hacen que tus lectores abran el email, lo lean completo, lo compartan… y te compren.
Historias que se sienten como cuando te reencuentras con un viejo amigo.
Porque no todo lo que se cuenta es verdad.
Pero todo lo que se siente verdadero… se queda.
Si quieres aprender a contar así, te espero en THE GAME.
Nos vemos dentro.
Don Gabo
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