El sueño que cumplí gracias a mi tablero de visión… y que terminé odiando
Hace unos años, cuando todavía hacía de todo para tratar de tener éxito —cursos, rituales, afirmaciones, ayunos intermitentes y hasta jugos verdes con betabel—, decidí probar una técnica que muchos gurús recomiendan, pero que en ese entonces me parecía medio ridícula.
Hacer un tablero de sueños.
Sí. Esa cosa que consiste en pegar imágenes en una tabla o cartulina con todo lo que quieres “atraer” a tu vida. El coche. La casa. La pareja. El cuerpo esculpido en mármol. La foto de un paisaje de Bali. Y claro, dinero, mucho dinero. Todo eso visualizado con la esperanza de que el universo se pusiera las pilas.
Lo armé un día después de recibir una noticia importante. Estaba motivado. Me senté, recorté imágenes de revistas y busqué otras en Google. Lo pegué todo con cinta doble cara y lo colgué en la pared de mi cuarto. Una obra maestra del deseo materializado.
Y luego… lo olvidé.
No lo volví a ver. No lo actualicé. No le recé ni le puse cuarzo rosa encima. Lo dejé ahí, acumulando polvo, mientras me enfocaba en otra cosa: trabajar, sobrevivir, buscar clientes, pagar cuentas y preparar la llegada de mi primer hijo.
Con los años, muchas de esas imágenes comenzaron a hacerse realidad. Una tras otra. Sin forzarlas. Solo ocurrieron como parte del camino.
Pero hubo una que se cumplió… y no me gustó.
Era una imagen que representaba uno de mis grandes sueños en ese entonces: pararme frente a un público e impartir una conferencia. Soñaba recibir aplausos. Soñaba con el reconocimiento. Con el “wow” en los ojos de quienes me escucharan. Soñaba que alguien dijera “yo quiero ser como él”.
Ego, sí. Pero no voy a fingir que no lo sentía.
Ese sueño se cumplió. Años después, sin buscarlo, por azares del destino, terminé parado frente a un montón de personas. Me invitaron a dar una charla. Ahí estaba: yo, con mi cuerpo delgado pero mal vestido, con mis nervios bien camuflados y mis ganas de hacerlo bien.
Y lo hice.
La gente se rió, se divirtió, me aplaudió. Me sentí bien… por unos minutos. Pero después, mientras salía del lugar, sentí una incomodidad extraña.
No era que no hubiera sido increíble. Lo fue.
El problema era que ya no me importaba.
Me di cuenta de que ese sueño ya no tenía sentido para mí. Que yo había cambiado. Que no había llegado ahí por querer ser reconocido. Había llegado por hambre. Hambre real. Hambre de verdad. Yo empecé en esto porque no tenía otra salida.
Mi esposa estaba embarazada. Vivíamos con sus papás. Yo dormía cuatro horas al día. No era tiempo de visualizaciones. Era tiempo de moverse o morirse.
Y moverme me llevó a lo que hoy hago. Dar charlas. Enseñar. Vender.
Pero ya no por los aplausos. Ni por salvar al mundo. Ni por la foto en Instagram.
Lo hago por dinero.
Porque sé que si yo gano dinero haciendo esto, también puedo ayudar a otros a ganar dinero. Y eso es lo único que importa.
¿Quieres dar charlas? Perfecto.
¿Quieres viajar más? También.
¿Quieres pagar tus deudas, vivir tranquilo, o comprarte lo que te dé la gana? Todo bien.
Pero todo eso viene después de aprender a vender.
Y si no sabes vender, da igual cuántas fotos pegues en tu cartulina de sueños. Te vas a quedar mirando el tablero como si fuera un póster de motivación barata.
Por eso creé THE GAME.
Es un entrenamiento gratuito donde te enseño cómo escribir correos que venden. Aunque no tengas tiempo. Aunque no sepas por dónde empezar. Aunque lo único que hayas escrito últimamente sea tu CV.
Porque vender es lo único que necesitas aprender para empezar a cambiar tu vida.
Y vender con email es el camino más rápido, rentable y sostenible que conozco.
Si no me crees, entra y velo por ti mismo:
Don Gabo
El tipo que cumplió su sueño… y luego lo cambió por uno mejor.
Ingresa a The Game y Aprende Email Marketing de Alto Nivel
Al suscribirte aceptas recibir emails donde te vendo.