Cómo superar el miedo a vender (y usar tus defectos para facturar más por email)
El miedo a vender es tan común como respirar. Está ahí. En la mayoría. En los que empiezan. En los que ya tienen tiempo. En los que ocultan su inseguridad con frases motivacionales. En los que se justifican diciendo que no son “vendedores” sino “creadores”. Y en los que prefieren hablar de visibilidad y amor propio antes que hablar de cerrar ventas. Es normal. Pero es letal si tienes un negocio.
Porque una cosa es tener miedo.
Y otra muy distinta es permitir que ese miedo controle tus decisiones.
Sobre todo cuando hablamos de escribir correos para vender.
Porque el correo no se trata de informar.
Se trata de persuadir.
Y persuadir implica incomodar.
Pedir.
Arriesgar.
Y a veces, recibir un no.
Eso, justamente eso, es lo que muchos no soportan.
Prefieren seguir mandando newsletters con “contenido de valor” que nadie pidió, antes que arriesgarse a escribir un email que invite a comprar. Porque en el fondo, sienten que vender es molestar. Que es abusar. Que es pedir demasiado. Y mientras tanto, sus cuentas bancarias siguen igual de flacas que las piernas que yo tenía en la prepa.
Sí.
Yo también tuve mis vergüenzas.
Y hoy te voy a contar una de las más ridículas, pero también de las más útiles, si entiendes lo que quiero enseñarte.
Cuando estaba en bachillerato, teníamos una clase obligatoria de actividad física. Para poder asistir, teníamos que usar shorts. No pantalones deportivos, no pants, no leggins, no nada. Shorts. Y ahí fue donde comenzó el problema.
Porque yo, en ese entonces, tenía un complejo muy grande.
Mis piernas eran flacas.
Ridículamente flacas.
Tan flacas que parecía que el resto de mi cuerpo era un disfraz. Como si alguien hubiera agarrado dos palillos chinos y los hubiera pegado al torso de un adulto.
Y me daba vergüenza.
Mucha vergüenza.
Tanta, que me inventé una enfermedad. Fui con mi mamá, lloré un poco, hice el numerito y logré que me firmaran una carta para no tomar la clase. Me escabullí. Me escondí. Me protegí. Todo para que nadie viera mis patas de pollo.
Así les decía mi hermana, por cierto. “Las patitas de pollo”.
Y aunque hoy me da risa contarlo, en ese momento era una carga pesada. Una inseguridad que condicionaba cómo me vestía, cómo caminaba y hasta cómo me sentaba. Pero lo peor no era tener las piernas flacas. Lo peor era esconderlas.
Porque cuando escondes un defecto, lo agrandas.
Lo haces más poderoso.
Le das fuerza.
Le das peso.
Y lo conviertes en un monstruo que controla tu vida.
Ese mismo monstruo es el que mucha gente tiene cuando se trata de vender. No importa si es por correo o en persona. Es el mismo. Un miedo que se esconde detrás de excusas. Un complejo que se maquilla con estrategias inútiles. Una inseguridad que se disfraza de ética o de valores. Y todo por no enfrentar lo que realmente duele: que alguien te diga que no.
Así que años después, ya fuera de la escuela, me harté.
Me harté de tener miedo.
De cargar con complejos.
De esconder lo que era.
Y un día, simplemente me puse unos shorts, salí a la calle y dejé que la gente dijera lo que quisiera. Me dijeron cosas, claro. Algunas me dolieron. Pero cada vez menos. Hasta que un día, simplemente dejaron de importarme.
Esa fue la vacuna.
Y esa es también la vacuna para perder el miedo a vender.
Que te manden a volar.
Una vez.
Otra vez.
Y otra más.
Hasta que ya no te duela.
Hasta que ya no te importe.
Hasta que entiendas que un no no te define.
Y que, a veces, es justo ese no el que te abre la puerta para ajustar, mejorar y vender más.
Esa misma lógica fue la que apliqué en mi negocio cuando decidí empezar a escribir correos con una técnica poco convencional: hablar mal de mis propios productos.
Sí.
Leíste bien.
En vez de exagerar beneficios, ocultar defectos o maquillar realidades, empecé a mostrar las partes incómodas. A contar lo que otros no contaban. A decir cosas como “esto no es para ti si no tienes huevos” o “si quieres una plantilla mágica, este producto no te va a servir”. Y lo más curioso fue que mientras más honesto era, más vendía.
Porque la gente no es tonta.
Detecta la exageración.
Detecta la falsedad.
Y se conecta con la verdad.
Cuando te atreves a mostrarte completo —con tus virtudes y tus limitaciones— generas confianza. Y cuando hay confianza, hay ventas. Así de simple.
Por eso, si quieres vender más por email, deja de ocultarte.
Deja de usar lenguaje neutro para no incomodar.
Deja de escribir correos como si fueras un robot corporativo.
Deja de esconder lo que realmente eres.
Y empieza a usar tus defectos como punto de conexión.
La gente no conecta con lo perfecto.
Conecta con lo humano.
Y tú, por más marketer que seas, sigues siendo humano.
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