Cómo recibir notificaciones de Stripe (y no solo de tu crush): la historia real detrás de una tarde con Bukowski
Ayer por la tarde estaba recostado en un sillón viejo.
No uno de esos sillones vintage de diseñador, con estética bohemia y precio de galería. No. Era un sillón de verdad viejo. Uno que ya estaba ahí cuando me mudé a esta casa. De esos que se sienten como una extensión de tu cuerpo, aunque la espuma esté vencida y el respaldo te hunda la espalda.
Y aun así, por alguna razón, me gusta recostarme en él.
No tenía ningún plan especial. Solo estaba descansando. Un momento de calma. Un silencio a medias. Con el celular en la mano, como casi siempre.
Desde hace meses ya no leo libros en físico. Tomé una decisión radical: llevar mi vida —casi entera— en el celular. Ahí tengo mis libros, mis cursos, mis ideas y, a veces, mis conversaciones más íntimas.
Ese día leía a Bukowski. Uno de esos poemas que te dan una bofetada suave con guante de cuero. Estaba sumergido en sus líneas, cuando empezaron a llegar las notificaciones.
Pero no me molestaban.
Todo lo contrario.
Eran de Stripe. La pasarela de pagos que uso para cobrar mis servicios.
“Juan Pérez te acaba de pagar 10 euros”.
“Juana Pérez te acaba de pagar 47 euros”.
Una tras otra.
Nada de luces de neón.
Nada de timbres que suenan como sirenas.
Solo notificaciones discretas. Suaves. Con ese pequeño sonido que solo yo reconozco.
Y mientras leía a Bukowski, esas notificaciones no interrumpían el momento… lo embellecían.
Porque no eran notificaciones vacías.
Eran la prueba tangible de algo que me costó mucho tiempo construir.
¿Cómo llegué ahí?
Te cuento.
Primero, tuve que dejar de hacerme el fuerte.
Tuve que soltar esa creencia tonta de que podía hacerlo solo.
Y comencé a invertir en mí.
No tenía dinero. Pero sí tenía una tarjeta de crédito.
No mía. De mi esposa.
Y aunque me dolía aceptar que necesitaba ayuda, supe que si quería crecer, tenía que dar ese paso.
Tomé una capacitación.
Y con solo esa decisión, algo cambió.
Mi autoimagen —que estaba por los suelos— empezó a levantarse.
Me vi de forma distinta. Como alguien que valía la pena invertir.
Y eso fue apenas el primer ladrillo.
Luego vino lo más difícil: aplicar
Había tomado varios cursos antes. Libros, videos, seminarios.
Pero esta vez fue diferente.
Esta vez no me senté a subrayar frases bonitas.
Me levanté a escribir.
Me enfoqué en aprender Copywriting. Escritura persuasiva. Palabras que venden. Ideas que mueven. Frases que hacen clic.
Tomé todo lo que aprendí y me puse a construir algo.
No tenía presupuesto.
Así que hice una página de ventas con fondo blanco y letras negras. Nada más.
Ni diseño.
Ni logo.
Ni testimonios.
Solo el mensaje correcto, en el orden correcto.
Y cuando terminé, envié esa página a todos mis conocidos.
Sin pena.
Sin filtros.
Solo con urgencia.
En una semana, facturé 2,200 dólares.
Era más de lo que ganaba en tres meses trabajando en atención al cliente.
Ese fue el segundo ladrillo.
Y a partir de ahí, la historia cambió.
De escribir para vender… a enseñar a otros
Después de esa primera victoria, no paré.
Seguí aprendiendo.
Escribiendo.
Mejorando.
Corrigiendo.
Y un día, casi sin darme cuenta, ya no solo escribía para vender mis servicios.
Escribía para enseñar a otros cómo hacer lo mismo.
Cómo transformar ideas en ingresos.
Cómo convertir correos en clientes.
Cómo vivir de lo que saben, sin rogar por atención.
Y eso es lo que hacen esas notificaciones de Stripe hoy.
No son solo pagos.
Son recordatorios.
De lo que viví.
De lo que construí.
Y de que hay muchas personas allá afuera que están justo donde yo estaba: sentados en un sillón viejo, mirando su celular, deseando que lleguen notificaciones… pero solo llegan mensajes de su Crush.
¿Y si tú fueras el siguiente?
Sé lo que estás pensando.
“Tú tuviste suerte”.
“No todos pueden”.
“Yo no sé escribir”.
Lo sé.
Yo también pensé todo eso.
Hasta que dejé de pensarlo.
Y empecé a hacer.
Por eso te digo esto con total claridad:
Tú das el primer paso, y yo te pongo el puente.
No es magia.
No es motivación barata.
Es estrategia.
Es texto.
Es venta.
Es método.
Y ese método está camuflado en algo que llamo THE GAME.
Una historia donde tú eres el protagonista.
Una secuencia de correos que parece ficción, pero es entrenamiento real.
Una experiencia donde cada mensaje que lees te entrena —sin que lo notes— a escribir mejor, vender más y vivir con libertad.
Y es gratis.
No hay formulario eterno.
Ni tarjetas de crédito escondidas.
Solo tú. El email. Y la posibilidad de empezar algo diferente.
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