Cómo el chisme familiar te puede enseñar a escribir correos que nadie puede ignorar

Estábamos en casa.

 

Mi esposa había organizado una cena con su familia. Solo con su familia, porque la mía vive en otra ciudad y, bueno, aquí los que estaban eran sus papás, sus tíos, sus primos, y una pareja que siempre llega con botellas de tequila bajo el brazo: Pepito y Pepita.

 

Típica reunión donde todos traen algo, se arma la carne asada, se sirven los primeros tragos y alguien pone música de fondo para romper el hielo mientras sale la comida.

 

Todo iba bien. Los tacos estaban en el plato, la cerveza fría en la mano, y la plática comenzaba a animarse cuando, a media tarde, cuatro personas se ofrecieron a ir por chelas: el primo con su novia… y Pepito con Pepita.

 

Hasta ahí, todo normal.

 

Pero al regresar, solo volvieron el primo y la novia.

 

Sin Pepito.

Sin Pepita.

 

Y fue ahí donde comenzó lo verdaderamente interesante.

 

La primera en notarlo fue la tía.

 

Luego el tío se lo comentó en voz baja.

 

Luego la prima hizo contacto visual con su novio, como diciéndole “¿tú también lo viste?”.

 

En cuestión de minutos, toda la reunión entró en modo chismoso.

 

Y cuando digo toda, me refiero a todos los grupos, todas las edades, todos los que minutos antes estaban pensando en tacos y tequila.

 

De pronto, todo el mundo estaba murmurando lo mismo:

¿Dónde están Pepito y Pepita?

 

Fue ahí cuando mi esposa me lo dijo, en voz baja:

 

— ¿Ya viste que no regresaron?

 

Y listo.

Fue como si apretara un botón secreto en mi cerebro.

 

Me olvidé de la cerveza.

Me olvidé de los tacos.

Me olvidé del tío que estaba contando su historia de cuando casi se vuelve político.

 

Solo podía pensar en una cosa:

¿Qué pasó con Pepito y Pepita?

 

En menos de cinco minutos, la atmósfera de fiesta se había convertido en un thriller psicológico familiar.

 

La sala parecía un set de CSI.

 

Y lo más curioso no fue la desaparición, sino el deseo obsesivo de todos por saber qué estaba pasando.

 

Esa necesidad urgente de información.

Ese impulso por interrumpir lo que estabas haciendo.

Esa ansiedad por enterarte antes que los demás.

 

¿Y qué hice yo?

 

Me levanté.

 

Crucé la sala.

 

Y lo que hice justo después provocó que todos me voltearan a ver con los ojos bien abiertos.

 

Se quedaron callados.

 

Pendientes.

 

Solo yo supe qué vi.

 

Y no se los conté.

 

Pero esa parte no importa.

 

Lo que importa es lo que sucedió antes de eso.

 

Porque lo que pasó esa tarde en mi casa es exactamente lo que debería pasar cuando alguien abre uno de tus correos.

 

Debería detener lo que está haciendo.

Debería sentir una urgencia adictiva por saber más.

Debería dejar el café enfriarse mientras termina de leer tu historia.

Debería estar dispuesto a romper su rutina por entender lo que está ocurriendo.

 

Y eso no se consigue con frases genéricas ni con fórmulas aburridas.

 

Se consigue con algo muy simple:

Curiosidad bien dirigida.

 

Así como el chisme activa todos nuestros sensores sociales, una buena historia en un email puede activar todos los sensores comerciales de tu cliente potencial.

 

Pero no cualquier historia.

 

Tiene que ser personal.

Tiene que tener tensión.

Y sobre todo, tiene que generar preguntas.

 

Lo mismo que hicimos todos en esa cena.

Lo mismo que tú debes provocar en tus lectores.

 

Ahora te lo bajo al terreno del email marketing.

 

Cada vez que escribes un correo, debes pensar en lo que pasará en la cabeza de tu lector al ver el asunto.

 

¿Lo va a abrir?

¿Va a seguir leyendo el primer párrafo?

¿Le va a importar lo suficiente como para llegar hasta el final?

¿Se va a quedar con ganas de saber más?

 

Si la respuesta es no, entonces tu correo es como una conversación aburrida en una reunión familiar.

Y créeme, nadie quiere escucharla.

 

Pero si logras que tu email sea como ese momento en que alguien dice:

“Oye, ¿ya viste que no regresaron Pepito y Pepita?”

Entonces ya ganaste.

 

Porque lo tienes en tus manos.

Lo tienes interesado.

Lo tienes adentro de la historia.

 

Y desde ahí, vender es más fácil.

Mucho más.

 

Eso es lo que enseño en THE GAME.

 

Cómo escribir correos que no parecen correos.

Correos que atrapan como una buena serie.

Correos que entretienen, provocan, y mueven a la acción.

 

Sin fórmulas vacías.

Sin frases recicladas.

Sin manipulación barata.

 

Solo historias reales que despiertan la atención.

Y estrategias narrativas que convierten curiosos en compradores.

 

Si quieres aprender cómo hacerlo, empieza aquí:

 

Únete a THE GAME en www.dongabo.com

 

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